Gracias a nuestro mar frío, a lo largo de las costas de Chile tenemos gran abundancia y diversidad de algas de distintos grupos: rojas como el pelillo, verdes como la lechuga de mar y pardas como el cochayuyo, los huiros y el sargazo. Desde el punto de vista nutricional, ambiental y social son muy importantes ya que, aparte de ser un alimento para los humanos y un insumo para la industria, son hábitat y alimento de cientos de especies marinas, lo que las convierte en el sostén de economías e identidades locales desde los pueblos originarios en varias regiones del país.
Las algas son un alimento ancestral en países costeros como Japón, Indonesia, Filipinas y Chile; el cochayuyo, por ejemplo, forma parte de la dieta tradicional de comunidades costeras del país y desde la época precolombina se usaban como trueque. De hecho, en Monte Verde, Puerto Montt, se encuentra el registro del uso de algas más antiguo de Latinoamérica, con una data de 14.000 años.
Según FAO, cada año en el mundo se recogen unos 25 millones de toneladas de algas marinas, las que, además de usarse para consumo fresco, crudas, cocidas, horneadas, asadas, en polvo y en escabeche y en la industria gastronómica en forma de snacks, galletas o harinas, se han utilizado como complementos y suplementos nutricionales y como aditivos naturales. También, por su alto contenido en alginato, se usan en la industria de la cosmética y por su gran cantidad de minerales, en la industria de los fertilizantes.
Desde el punto de vista nutricional, las algas son ricas en vitaminas del complejo B, proteínas, fibra, omega 3, antioxidantes y minerales como yodo, hierro, calcio y magnesio; al mismo tiempo son bajas en calorías y grasas saturadas, lo que las convierte en un alimento muy saludable.
Numerosos estudios muestran que la ingesta de algas se asocia inversamente con el riesgo de cardiopatía isquémica, debido a su efecto reductor de los lípidos (triglicéridos y colesterol LDL) y a su efecto reductor de la presión arterial y de la circunferencia de cintura (obesidad), desempeñando un papel importante en la modulación de diversas enfermedades crónicas asociadas a estos factores de riesgo. También se les atribuyen propiedades antivirales y anticoagulantes, así como la capacidad de modular la salud intestinal (microbiota). Existe abundante bibliografía que destaca las propiedades anticancerígenas de los compuestos bioactivos marinos, tanto en modelos in vitro como in vivo, y se hace muy interesante la probable asociación inversa entre consumo de algas y algunos tipos de cáncer, aunque se necesitan estudios epidemiológicos para confirmar esta hipótesis.
Un desafío pendiente para el crecimiento del negocio de las algas como producto comestible es garantizar su inocuidad, ya que por ser Chile un país minero, las algas que crecen adheridas a sustratos como las rocas, suelen estar contaminadas con algunas cantidades diversas de metales pesados, lo que hace necesario su lavado profuso para conseguir su remoción.
El promedio mundial de consumo anual de productos del mar es de 20 kilos por persona y el chileno es de 16,8 kilos por persona. Por ello se celebró el convenio “Del Mar a tu Escuela», entre Junaeb y Subpesca, que llevará pescados, mariscos y algas, a escolares, y se espera que derive en efectos favorables para la pesca artesanal y la economía local. Sin embargo, son escasas las iniciativas que fomentan una mayor apreciación de las algas, la incorporación de prácticas ancestrales y el uso de las algas en la dieta chilena.
Desde el punto de vista ambiental, las algas son a los ecosistemas acuáticos, lo que los árboles a los terrestres: ambos son cruciales para la vida en el planeta, al cumplir roles fundamentales en los ecosistemas marinos. En Chile existen grandes extensiones de bosques formados por algas pardas que, gracias a su rápido crecimiento, alcanzan alturas de 15 metros en 1 a 3 años (los bosques terrestres tardan 20 a 30 años) constituyendo formaciones que pueden vivir muchos años.
Así como los bosques de árboles son cruciales para la vida terrestre, estos “bosques de algas” son cruciales para las comunidades acuáticas, entregando, a través de la fotosíntesis, la energía necesaria para sustentar cientos de especies de invertebrados y peces que las utilizan como alimento y refugio: cangrejos, erizos, caracoles y lapas se alimentan de ellas, atrayendo, a su vez, depredadores como el loco, estrellas de mar y peces. Estos últimos atraen peces más grandes y mamíferos como lobos marinos, chungungos, o a distintos tipos de aves marinas, las que utilizan estas praderas como áreas de alimentación.
Además, su estructura tridimensional ofrece refugio a peces e invertebrados acuáticos como la centolla y el ostión, que los usan como zonas de reclutamiento, desove, asentamiento larval y sitios de crianza, ya que los discos basales con que las algas se adhieren al fondo marino los protegen contra depredadores y corrientes de fondo marino. Cuando las hojas viejas se degradan, pasan a formar parte de la alimentación de invertebrados filtradores como choritos y otros bivalvos.
Estos ecosistemas son también fundamentales para resolver la crisis climática actual, ya que son las plantas con mayor crecimiento en el planeta, siendo capaces de secuestrar y absorber grandes cantidades de carbono inorgánico y, por lo tanto, amortiguan la acidificación oceánica. Aunque aún no se ha estudiado completamente, se piensa que su potencial de captura de carbono puede generar un impacto gigantesco en términos de mitigación y adaptación al cambio climático.
Lamentablemente, los bosques de algas del mundo se han visto extremadamente afectados por efectos del cambio climático, que ha elevado la temperatura de los océanos, y, en el caso de Chile, por la explotación indiscriminada para su consumo y para la extracción de alginato. La extracción, que antes consistía sólo en la recolección de algas que llegan a la orilla de forma natural, actualmente se hace también con prácticas ilegales como el “barreteo”, donde se arranca con una herramienta llamada barreta incluso el disco basal con que las algas se adhieren a la roca.
Esto equivale a sacar un árbol de raíz, impidiéndole regenerarse posteriormente y dejando verdaderos desiertos en el fondo marino, impactando a toda la comunidad de especies que viven asociadas a las algas. Esto incluye numerosas especies con roles fundamentales en los ecosistemas, destruyendo el equilibrio de las tramas tróficas y la biodiversidad y otras muchas que se capturan para el consumo humano, afectando las economías locales.
En los últimos años el interés económico por las algas ha ido en aumento, llegando a quintuplicar su precio y actualmente, más que por su rol ambiental, económico o social, se las aborda como un “recurso bentónico”, representando casi el 80% del volumen y el 21% del valor total de las exportaciones pesqueras, con mayor importancia comercial que los erizos, locos u otras especies emblemáticas. La extracción de algas ha reemplazado, a través del barreteo, que atenta contra la sostenibilidad de estos bosques, a la pesquería de especies sobreexplotadas o definitivamente colapsadas.
Desde el punto de vista social y económico, actualmente existen cerca de 74.063 recolectores de orilla, de los cuales 22.450 son mujeres, las que componen el 85% de la pesca artesanal del país, junto a armadores, pescadores y buzos. Nos encontramos en un cambio de paradigma, donde es urgente fortalecer estrategias económicas locales y sustentables en dirección a la protección y promoción de la autonomía económica, especialmente de las mujeres.
En este sentido, las algas marinas pueden ayudar a impulsar los medios de vida y cerrar la brecha de género desde la base de su cadena productiva: las recolectores de orilla. Por esto, una Nueva Ley de Pesca debiese velar por las principales demandas del sector: el reconocimiento de las algas como ecosistemas únicos, junto con incorporar a expertos en desarrollo bioeconómico y comité técnico-científico para recursos algales.
Lamentablemente, existe una brecha histórica entre ciencia y comunidad, y el conocimiento no llega cabalmente a toda la población. Entre la institucionalidad, tomadores de decisión, los territorios y academia podemos fortalecer la vinculación con el medio, la transferencia tecnológica, la producción local y el turismo sustentable según los principios de la salud y economía azul.
Las algas marinas pueden ayudar a impulsar la economía, abordar el cambio climático y contribuir a la salud de las personas. Para esto se requiere con urgencia agregar valor a este quehacer y a sus productos.
Por: Lorena Rodríguez Osiac, Gabriela Lankin Vega y Paulina Larrondo Valderrama
Publicado originalmente en Diario UChile