La Tierra es nuestro hogar, nos cobija, nos protege, nos alimenta. Puede que con el crecimiento de las ciudades, con el asfalto que nos separa, con los edificios que nos nublan la vista, y con el tiempo que el ritmo moderno nos define, nos olvidemos que somos parte de ella y la descuidemos.
Debemos re-pensar la relación que queremos establecer con la naturaleza, cómo vivir y convivir con ella en el presente y que dejaremos para el futuro.
Se trata de comprender que alimentarnos es más que solo comer. Es considerar todas las etapas de la cadena alimentaria, desde la producción, procesamiento, distribución, venta y consumo. Este es un camino que todavía falta por construir.Con un proceso constituyente en marcha en Chile, tenemos la oportunidad de incorporar temas vinculados a la protección de nuestro mundo, a la alimentación y a la sostenibilidad ambiental. El derecho a la alimentación es un derecho humano que se relaciona con la tierra, con las semillas, con el agua, también con la biodiversidad, la diversidad cultural y el acceso y disponibilidad a alimentos sanos y seguros. Cuando hablamos de alimentación en su amplio espectro vamos de la tierra y el mar a la mesa de nuestros hogares.
¿De qué depende que un alimento, al ser producido, sea sano tanto para las personas como para el medioambiente? Hoy nos debatimos ante dos modelos de producción alimentaria que también responden a modelos económicos. Aquel de envergadura industrial, a gran escala, que va dirigido principalmente a mercados globales; y el sustentado por el trabajo familiar y comunitario, de índole artesanal y campesina, con fuerte presencia en el mercado local y nacional.
Las cadenas producción y distribución largas, que descansan en la importación y exportación de alimentos básicos como frutas, verduras, legumbres, derivados animales, si bien diversifican la oferta aparente de alimentos en el mercado, tienen un impacto negativo en el ambiente, tanto por la priorización de monocultivos para sostener el mercado global, como por la huella de carbono en el transporte y producción industrial de alimentos.
Por su parte, los sistemas alimentarios locales, aunque no alcanzan la heterogeneidad de productos del mercado global, suelen ser más biodiversos en sus respectivos territorios, tanto por la diversidad de especies que conviven en un espacio (ganado de distinto tamaño, aves, legumbres, frutas verduras, hortalizas, etc) como por la diversidad de variedades de estas especies (ej. variedades de tomate tradicionales como limachino, rosado, etc.). Los productos que provienen de la pequeña agricultura aportan principalmente a los mercados locales y nacionales, ya sea de forma directa o dada por los intermediarios presentes en la cadena alimentaria. De hecho, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el 80% de los alimentos que consumimos provienen de la agricultura familiar, de la pesca artesanal y pequeños productores en general.
La biodiversidad es un elemento fundamental para la preservación del planeta. Si vamos contra esto, repercute en los suelos que tienen vidas, los cuales se van degradando por erosión, uso de agroquímicos, entre otros. Por el contrario, ambientes biodiversos favorecen la resiliencia ante situaciones de crisis como plagas, sequías, incendios. Así va apareciendo con fuerza la agroecología, la cual es más que una disciplina científica. Son saberes y conocimientos de comunidades campesinas e indígenas y -al mismo tiempo- planteamientos de organizaciones y movimientos sociales que claman justicia, equidad, biodiversidad y soberanía en la producción de alimentos. Todo esto aporta a la construcción de la Soberanía Alimentaria, propuesta política que, junto a la agroecología, apuntan al desarrollo de modelos y sistemas agroalimentarios armoniosos y equilibrados entre lo económico, social y ambiental.
La biodiversidad asegura la eficiencia e intensidad necesaria de los procesos biológicos, base para la producción de alimentos saludables y para la buena nutrición de la población, junto con entregarle sentido a las culturas tradicionales de quienes los producen. Una de las tareas del Estado es garantizar la disponibilidad y el acceso físico-económico a alimentos que satisfagan este derecho, el derecho a la alimentación. Se trata de comprender que alimentarnos es más que solo comer. Es considerar todas las etapas de la cadena alimentaria, desde la producción, procesamiento, distribución, venta y consumo. Este es un camino que todavía falta por construir.
Creemos que la agricultura campesina es parte y tiene el potencial de producir alimentos biodiversos, sanos, amigables con el ambiente y culturalmente apropiados. Su historia y tradiciones poseen elementos que apuntan a la sostenibilidad de los sistemas. Son imprescindibles en la reflexión sobre el derecho a la alimentación y es importante que reconozcamos su forma de ser y hacer agricultura. Si queremos actuar a favor de la biodiversidad y contra el cambio climático, es importante cuestionarse de dónde vienen los alimentos que consumimos y cómo podemos actuar, de manera individual, grupal o hasta constitucional. Así podremos estar incidiendo en la salud de la población y de la tierra.
Todas las personas tienen derecho a una alimentación saludable, sostenibles y pertinente con sus concepciones culturales. En la medida que visibilicemos, valoricemos y fortalezcamos al mundo campesino, estaremos aportando a la construcción del derecho a la alimentación.
Por: Lorena Rodríguez Osiac, Daniel Egaña Rojas, Iván Cano Silva.
Publicado originalmente en El Quinto Poder