En el Día Mundial de la Inocuidad Alimentaria, Naciones Unidas llama a crear conciencia y a la acción para prevenir, detectar y gestionar los riesgos transmitidos por los alimentos.
Para entendernos, definamos inocuidad alimentaria: un alimento inocuo no causa daños crónicos ni agudos a la salud; microbiológicamente, está libre de microorganismos patogénicos (ej., bacterias que causan tifus) o parásitos (ej., triquinosis en cerdo); químicamente, contiene niveles seguros o nulos de químicos carcinogénicos, mutagénicos o tóxicos (ej., insecticidas); físicamente, sin agentes que causan daño mecánico (ej. piedrecitas en lentejas). Esta condición debe cumplirse en todas las etapas de producción del alimento, procesamiento, almacenamiento, distribución y hasta el final de la cadena, en la preparación, consumo y desecho de residuos.
En este escenario ¿podríamos considerar inocuo un alimento que provoca la tala del bosque nativo y la reducción de la biodiversidad, emite gases con efecto invernadero, incidiendo en el cambio climático, y, en consecuencia, por falta o exceso de lluvias, provoca dramáticos problemas de inseguridad alimentaria, hambre y enfermedades, además de olas de calor, cada vez más frecuentes y severas? que además provoca la acumulación de sustancia químicas y plástico en ecosistemas y nuestro cuerpo.
Recientemente, una prestigiosa universidad determinó que, en promedio, cada persona ingiere un peso en microplásticos, equivalente a una tarjeta de crédito cada semana, principalmente por el agua y aún no se sabe que efectos puede tener en la salud ¿quién se tienta?
¿Se preguntarán de qué hablamos? lamentablemente, de nuestros alimentos cotidianos.
Nuestro sistema alimentario es uno de los principales motores de la severa crisis ambiental planetaria. Por ejemplo, 30% de CO2 de origen antrópico es emitido por la producción de alimentos en toda su cadena y menos del 10% de los plásticos usados en alimentación se reciclan; el resto termina en los océanos y otros ecosistemas ¿están sentados? en el mundo se produce un millón de botellas, solo de agua, por minuto. Así es. La producción de los alimentos agrícolas depende del uso de agroquímicos, cintas de riego, invernaderos plásticos o maquinaria movida por combustibles fósiles; se cosechan en cajas plásticas y viajan en camiones, que emiten gases con efecto invernadero, a centros de consumo. Muchos son procesados y terminan en envases, generalmente plásticos, en supermercados gratamente refrigerados e iluminados. Si es carne, además hubo emisiones de metano por parte de los animales o de aplicación de antibióticos como en salmones o cerdos…sume y siga.
¿No será hora de replantear la “inocuidad”, ampliando el alcance del efecto de los alimentos sobre nuestro bienestar?, después de dar una vuelta más larga, es decir, pasando por la salud del planeta; ¿puede considerarse verdaderamente inocuo un alimento que, para llegar a nuestro plato, deja una estela de daños que nos rebotan amplificados, comprometiendo nuestra calidad de vida, la de varias generaciones venideras y la del planeta que habitamos?
En este día de la inocuidad alimentaria tomemos conciencia y elijamos aquellos productos que tengan menor impacto sobre nuestra salud y nuestro ambiente: productos locales y de la estación, frescos, sin plásticos ni procesos, ojalá más vegetales que carne, e idealmente produzcamos parte de nuestros alimentos. Exijamos que el estado intervenga y se haga cargo de este dramático problema. Como ciudadanos tomemos decisiones informadas en relación con qué comer y eduquemos a nuestra comunidad y nuestros niños para que, colectivamente, disminuyamos el impacto de nuestra alimentación sobre la salud.
Tenemos sólo un cuerpo y sólo un planeta: tratémoslos con amor.
Por: Gabriela Lankin Vega
Publicado originalmente en diarioUchile