Investigación identificó que una precarización en indicadores de movilidad social incide de forma directa en la prevalencia de condiciones de salud mental. “Al considerar variables de estudio como el sexo, nivel educativo, actividad física, tabaquismo, estado nutricional y apoyo social encontramos una significancia estadística de pertenecer al grupo de síntomas severos, al ser del sexo femenino, fumador, tener menos de 8 años de educación, y tener obesidad”, agrega Sandra López, académica de la Facultad de Medicina de la U. de Chile que lideró este Proyecto Fondecyt de iniciación.
El proyecto retoma los datos obtenidos del estudio longitudinal “Cohorte de Limache”, realizado con habitantes de Limache nacidos entre los períodos de 1974 a 1978, y 1988 a 1992, y cuyo objetivo fue evaluar el rol de las condiciones tempranas de vida (peso y longitud al nacer, por ejemplo) en la aparición de factores de riesgo o enfermedades crónicas no transmisibles.“Con estos datos como base, se realizó este Fondecyt de iniciación, donde realizamos un nuevo seguimiento a los participantes, con el objetivo principal de describir las trayectorias de movilidad social intra e intergeneracional, y determinar si dicha movilidad se asocia a las condiciones de salud mental y factores de riesgo cardiometabólico”, explica la profesora Sandra López.
Principales resultados
Los principales resultados del estudio se resumen en tres grandes ámbitos: movilidad social, salud mental y factores cardiometabólicos. Durante su presentación, la profesora López se centró principalmente en exponer las asociaciones descubiertas entre la movilidad social de los participantes y su incidencia en la salud mental. La académica partió definiendo la movilidad social como “un concepto multifacético. Por un lado, puede entenderse como movilidad entre padres e hijos o nietos: la llamada movilidad intergeneracional. Alternativamente, el concepto puede abarcar solo perspectivas del curso de vida personal: esto es movilidad intrageneracional”.
En relación a los resultados de movilidad social, indicó que “para las personas nacidas entre 1955 y 1975, de padres con bajo nivel educativo, se observó una mejora en la movilidad por ingresos. Sin embargo, esta se estancó para aquellos que nacieron después de 1975. Esto significa que las desigualdades por ingresos aumentan, y la falta de oportunidades y movilidad ascendente en aquellos que están en la parte inferior hace que muchos potenciales ‘talentos’ queden fuera o no se desarrollen plenamente”.
Desde esta premisa, revisó la incidencia de esta precarización en la prevalencia de condiciones de salud mental. Para esto, “los síntomas depresivos se agruparon en tres dimensiones: síntomas generales, cognitivos y somáticos, siendo este último considerado el de mayor gravedad”. De esta forma, se observó que “un 50,7% del total de la cohorte presentó un perfil somático, seguido de un 25,7% de participantes que fueron catalogados con síntomas depresivos mínimos, y un 23,6% que fue catalogado bajo el perfil de síntomas severos, donde más de un tercio refirió haber tenido ideación suicida”, describió la profesora Sandra López.
Asimismo, añadió que “al considerar variables de estudio como el sexo, nivel educativo, actividad física, tabaquismo, estado nutricional y apoyo social encontramos una significancia estadística de pertenecer al grupo de síntomas severos, al ser del sexo femenino, fumador, tener menos de 8 años de educación, y tener obesidad”.
Dentro de este contexto, enfatizó la importancia de revisar los resultados según la aparición de los síntomas y su gravedad —nombrada formalmente como clases latentes—, y no solamente por sumatoria, “porque la sumatoria no devela la realidad completa; sirve para hacer aproximaciones estadísticas, pero al momento de generar políticas públicas de prevención en salud mental es necesario observar la prevalencia y gravedad de los síntomas”.
Al respecto, añadió que “en este estudio se observó que en la cohorte hay más de un 23% de personas que están en condiciones graves de salud mental, cifra que supera al nivel nacional. Por esto, hay que comenzar a observar más la sintomatología y menos el número”, sentenció.
En relación a losresultados asociados a los factores de riesgo cardiometabólico, la académica de la Facultad de Medicina analizó los datos basándose en la incidencia del síndrome metabólico (SM) en los participantes de la cohorte Limache. El síndrome metabólico se define como un conjunto de trastornos que aumentan el riesgo de padecer enfermedades cardiacas, tales como la presión arterial o azúcar en la sangre elevadas, exceso de grasa corporal, y niveles anormales de colesterol, entre otros.
En ese sentido, la profesora López señaló que “la incidencia de síndrome metabólico (SM) fue de un 30,5% del total los participantes a los 10 años de seguimiento, sin diferencias significativas según sexo. Además, se identificó que el índice aterogénico del plasma y el índice del cociente entre triglicéridos y colesterol-HDL tuvieron mayor poder discriminatorio para el diagnóstico de SM que otros índices evaluados en el proyecto, sin existir diferencias significativas entre hombres y mujeres”.
Adicionalmente, añadió que “el análisis metodológico realizado para determinar insulinorresistencia entre los participantes usando los índices HOMA-IR y SPISE concluyó que se debe tener cierta cautela al usar SPISE para clasificar a los individuos con insulinorresistencia”, finalizó.
Posterior a la profesora López, se dio espacio al profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Almería y coautor de este trabajo, el psicólogo José Manuel Lerma, quien expuso sobre la relación causal y la capacidad de predicción que tiene el consumo de alcohol con la prevalencia de enfermedades de salud mental.
Por: Fernanda Ávila Silva
Publicado originalmente en Comunicaciones Institucionales